Todo cambio tecnológico conlleva un cambio cultural

Todo cambio tecnológico conlleva un cambio cultural

Todo cambio tecnológico conlleva un cambio cultural. Las revoluciones tecnológicas a lo largo de la historia han generado múltiples beneficios para la humanidad, pero la han sujetado también a nuevos patrones culturales. El proceso de la aceptación del vehículo eléctrico en nuestro día a día no marca ninguna diferencia aquí y cambiará una vez más nuestra forma de ver el tiempo. Si tienes alguna inquietud recuerda contactarnos a través de nuestras redes sociales, o regístrate y déjanos un comentario en esta página. También puedes participar en los grupos de WhatsApp. Si usas Telegram  ingresa al siguiente enlace.

Los inventos son creados por inventores.

Es una obviedad. Pero esas invenciones, que facilitan la vida de sus creadores, regresan con revancha para imponerles un modo de hacer las cosas y aun moldear su pensamiento.

La idea de “simultaneidad”, por ejemplo, aunque existía como concepto, no cobró vida y fue universalmente comprensible sino a partir de la revolución industrial. Durante la Inglaterra victoriana, la aparición del tren a vapor como el primer medio de transporte público entre ciudades, supuso el reto inédito de sincronizar los relojes.

Hasta ese momento, cada poblado establecía la hora local sin mayor rigurosidad, basándose en guías como la posición del sol, el campanario de la iglesia, o el simple y personal arbitrio. Pero cuando en 1846 la Great Western Railway empezó a operar la ruta Liverpool-Manchester, no sólo las horas de partida y llegada debían ser perfectamente coordinadas, sino que la mecánica de rieles demandaba precisión para evitar accidentes.

El ser y tiempo se determinan recíprocamente, pero de una manera tal que ni aquél -el ser- se deja concebir como algo temporal ni éste -el tiempo- se deja concebir como ente.

Fue por ello que Henry Booth, ingeniero y secretario de la Great Western, bregó para que el horario ferroviario se sincronice con aquel del Real Observatorio de Greenwich, en Londres, medida de uniformidad conocida como Greenwich Mean Time (GMT).

En breve, la vida de las ciudades y comarcas británicas empezó organizarse alrededor de sus estaciones de ferrocarril, y estas tendrían como corazón a sus relojes, cada vez más grandes y monumentales. No fue un cambio sencillo de ejecutar ni libre de resistencias, pero tras algo más de un siglo. El GMT y sus diferentes husos horarios se extendieron hasta ser aceptados como el estándar universal de control del tiempo.

Hoy en día podemos estar en tierra o alta mar, en una metrópoli primermundista o una humilde aldea, en Tulcán o en Kazajstán, y saber con exactitud qué hora es.

El tiempo estandarizado es para muchos uno de los grandes triunfos de la modernidad. No solamente es vital para ramas como el transporte, las telecomunicaciones y los mercados financieros globales, sino que su influencia condicionó la mentalidad de los individuos, que por primera vez ajustaron sus estilos de vida a una idea que para sus ancestros hubiese resultado extraña, la tiranía del “llegar puntual”.

No sorprende entonces que, desde sus albores hasta la actualidad, importantes críticos sociales (de Charles Dickens a Thomas L. Friedman) se lamenten por cómo las horas, minutos y finalmente segundos, transforman a los seres humanos en los simples engranes de un motor, no muy distintos a las piezas de un tren.

Desde entonces sólo se han multiplicado las áreas en las que la tecnología somete a los individuos a su ritmo. Piénsese cómo la electrificación, multiplicó la cantidad de aparatos disponibles en los hogares, pero además impuso un poderoso esquema de pensamiento binario: prendido/apagado. Acostumbrar al cerebro a esta dualidad irreal ha hecho que las personas padezcan ansiedad ante aquellos hechos de la vida que no pueden ocurrir sino en el lento curso del proceso. Cumplir con la burocracia, construir relaciones interpersonales, hacer agricultura y hasta la duración de la pandemia se perciben como eternos y extenuantes.

Las redes sociales en auge desde los años 2000, por igual, sellan a las nuevas generaciones con su impronta.

Un artículo de Caitlin Dewey publicado en el Washington Post señala que, por su diseño, de múltiples estímulos ocurriendo súbitamente. Hoy se leen al año más líneas que antes, empero sólo de microtextos: titulares, tweets y estados de Facebook, donde es una práctica común compartir contenidos sin siquiera haberlos leído. Se concluye que la vorágine temática de las redes sociales está forjando adolescentes “multitasking”. Pero con una capacidad de atención mermada, y que encaran serias dificultades para leer un libro completo o entender ideas abstractas.

Finalmente, el automóvil es otro adelanto que sobresaltó las percepciones sobre lo rápido y lo lento, lo cercano y lo alejado. Se dice que si antes de lanzar el famoso “Modelo T” en 1908 Henry Ford hubiese consultado a sus clientes que es lo que necesitaban para mejorar su transportación, le hubiesen respondido “más caballos”. Todo cambio tecnológico conlleva un cambio cultural

Aunque no se ha demostrado que Ford haya pronunciado tal expresión, persistentemente se la ha asociado con él por el giro de 180o que el automóvil supuso en materia de movilidad.

En adelante, las ciudades crecerán sin límites y las rutas serán expresadas en función del tiempo. Pregunta: “a que distancia está Guayaquil de Quito”, Respuesta: “a 7 horas”.

Empero, los problemas de distinta índole que la humanidad enfrenta en el siglo XXI, como consecuencia del propio despliegue industrial. Inducen a muchos a pensar que el proyecto del mundo organizado como máquina es conflictivo, generando padecimientos psicosociales y medioambientales. Los primeros stress, aislamiento y alienación de los individuos; los segundos, una acelerada depredación de los recursos naturales y destrucción de los hábitats.

En respuesta, hay quienes, como el Movimiento Lento fundado por Carl Honoré, abogan por ralentizar todas las actividades humanas. Menos utópico resulta pensar en una tecnología reimaginada, que trate de armonizar los progresos industriales y a la vez supere sus efectos nocivos.

Ese es precisamente el dilema en el que queda subsumido el auto eléctrico, cuando menos al 2021, en el umbral de su masificación.

La vertiginosa sociedad industrial lo aplaude por su mejor observancia ambiental y ergonómica, pero como no podría ser de otra manera. Le realiza reproches relacionados con sus tiempos: el tiempo que dura cargar su batería (ansiedad de recarga), la cual desde luego varía según el tipo de conexión que se utilice, pero que obviamente será más parsimoniosa que los minutos que conlleva tanquear un auto a combustión. El tiempo que esta batería puede durar operando sin dejar a sus pasajeros varados (ansiedad de alcance).

Aunque los progresos en materia de electromovildiad sugieren que en pocos años tendremos carros eléctricos que igualarán e incluso superarán a sus equivalentes de gasolina, en el fondo, estas tensiones reflejan la lucha por el cambio cultural que se da en el interior del género humano.

Habrá pocos casos en los cuales un modelo tecnológico pueda superar en todos los aspectos a la vieja tecnología que busca reemplazar (rendimiento. Consumo de energía, impacto en el ambiente y la salud, y naturalmente velocidad de respuesta). Sin embargo, en otros casos se deberá apelar a aquellos que sean considerados los valores superiores que la tecnología debe servir.

En ese caso, ¿Vale la pena imaginar un mundo lleno de transportación sustentable en el que todo pase un poco más lento? Dejamos la respuesta a la imaginación del lector. Todo cambio tecnológico conlleva un cambio cultural