El cambio climático: la mayor amenaza a la civilización

El cambio climático: la mayor amenaza a la civilización

El cambio climático: la mayor amenaza a la civilización. 13 de las 20 ciudades más pobladas del planeta están en las costas, por lo que el aumento en el nivel del mar ocasionará una ola de refugiados sin precedentes. Luchar contra el cambio climático es costoso, pero no hacer nada resultará más caro. Si tienes alguna inquietud recuerda contactarnos a través de nuestras redes sociales, o regístrate y déjanos un comentario en esta página. También puedes participar en los grupos de WhatsApp. Si usas Telegram  ingresa al siguiente enlace.

Los tiempos geológicos se muestran colosales o infinitos comparados con los humanos. Los 2020 años de la era cristiana equivalen a milésimas en relación con los 65 millones de años desde la formación de la cordillera de Los Andes. Y este último lapso apenas representan una fracción en los 4.550 millones de años de historia natural de la Tierra.

Por esta razón, la evolución del planeta ha estado marcada por larguísimos ciclos de cambio y estabilización.

Sus categorías cronológicas, como periodos, eras y épocas, sólo pueden ser determinadas conforme a evidencias halladas en las rocas, pero también en los regímenes del clima y los organismos vivos.

Por ello, resulta sorprendente descubrir cómo los efectos de la acción humana, particularmente en los últimos dos siglos, han sido tan dramáticos sobre el planeta, que hallan parangón con procesos que a la naturaleza le tomaron miles de años, dando origen a una nueva época geológica, el “Antropoceno”.

Aunque resta todavía la ratificación del concepto por la autoridad de la Comisión Internacional de Estratigrafía y la Unión Internacional de Ciencias Geológicas, las pruebas del Antropoceno aparecen irrefutables y omnipresentes. Sobre la vasta superficie y los océanos de la Tierra se hallan microplásticos, metales pesados, rastros de detonaciones nucleares.

Mucho más, una de las características asociadas al Antropoceno es la Sexta Extinción Masiva registrada desde el origen de la vida.

Estudios especializados sugieren que el 83% de los mamíferos salvajes ya se han perdido, y los que quedan conforman apenas el 4% de la biomasa de todos los mamíferos de la Tierra. De ese grupo el 60% corresponde a ganado criado por el hombre e introducido en entornos a los que no pertenece, y el 36% restante son los propios seres humanos. Paralelamente, entre 1970 y 2016, el 68% de las poblaciones de vida silvestre han disminuido como resultado del consumo excesivo, el crecimiento de la población y la agricultura intensiva. Hoy, el 25% de las especies vegetales y animales sobrevivientes están bajo amenaza de extinción.

No obstante, el problema central y tal vez catastrófico del Antropoceno, son las emisiones globales de los gases de efecto invernadero principalmente de CO2, aunque no únicamente este. La época precedente, el Holoceno, se originó hace 11.700 años, al concluir la última glaciación, cuando el clima del mundo se volvió más cálido y benigno, reduciendo los casquetes polares y provocando el ascenso del mar en unos 100 metros.

Durante el Holoceno la atmósfera terrestre mantuvo un equilibrio de dióxido de carbono de 280 ppm.

Esta concentración contrasta con la temperatura fría de la Edad del Hielo (Pleistoceno), cuando el CO2 promediaba 180 ppm. La novedad histórica es cómo, por efecto de la revolución industrial, en los últimos 5 años las emisiones netas han elevado el promedio atmosférico hasta las 400 ppm, por lo que el consenso científico es que esta es la principal causa por la que el planeta se está calentando.

Esta es una verdadera emergencia global. Romper la barrera de los 2° Celsius en aumento de la temperatura promedio mundial hacia el año 2050, representaría consecuencias graves para los ecosistemas terrestres y acuáticos. Evidentemente los cuerpos de hielo polares quedarán comprometidos y los niveles costeros se elevarán. Además, el calentamiento global dará origen a cambios en los escenarios meteorológicos que se volverán más extremos, con más lluvias, sequías, nevadas, tormentas, huracanes, y producirán más variaciones en las corrientes marinas.

Los animales sufrirán una perturbación de sus hábitats que, entre muchos otros efectos, alterará las rutas migratorias de las aves y las temperaturas para el crecimiento y reproducción de los arrecifes de coral, devastará los manglares, reducirá los espacios de ciertas especies de clima templado, y permitirá a especies propias de climas cálidos, como mosquitos, acceder a nuevas áreas. De su lado, las especies vegetales cambiarán según se modifiquen los patrones regionales de temperatura y precipitaciones, en formas todavía desconocidas, aunque los botánicos esperan alteraciones serias en sus habilidades fotosintéticas.

La civilización tampoco será inexpugnable ante la amenaza que ella misma ha desatado.

El elevamiento del nivel de agua en los océanos podría invadir fuentes superficiales y subterráneas de agua dulce, limitando un recurso de por sí ya escaso. Del mismo modo, se espera que se modifique, cuando no reduzca, la tierra cultivable y disminuya el rendimiento de varios tipos de cultivos como el trigo y el arroz, poniendo en duda la seguridad alimentaria de un mundo, que hoy por hoy alberga más seres humanos que en ningún otro punto de la historia.

Pero además el impacto demográfico podría ser severo. Actualmente 13 de las 20 ciudades más pobladas del mundo están situadas en las costas, por lo que la elevación de las aguas marinas podría generar una ola de desplazados y refugiados del calentamiento global. Por ejemplo, Bangladesh, un país de 150 millones de personas, tiene al 25% de su población viviendo en áreas ubicadas 3 metros bajo el nivel del mar, por lo que el aumento de 1 metro hacia el año 2050, y 2 metros para el 2100, podría con facilidad generar una inundación imparable y destruir la economía de ese país. Misma suerte podrían correr otras naciones vulnerables, como los Países Bajos, Surinam o Nigeria.

La pregunta obvia es qué acciones tomar para revertir esta amenaza.

Hace poco más de una década se publicó en Reino Unido el Informe Stern sobre el cambio climático, documento que se ha convertido en referencia obligada en materia de economía ambiental. El informe concluye que actuar contra el calentamiento global será sumamente caro, alrededor del 1% del PIB mundial anual. Pero no actuar acabará siendo incluso más costoso, con pérdidas que podrían representar una caída de la economía mundial de entre el 5% y el 20%.

La supervivencia humana y del resto de los seres vivos en el planeta está en juego. El margen de tiempo para revertir esta situación es cada vez más estrecho por lo que urge actuar ya. La lucha debe darse a nivel global y en varios frentes: restringiendo el avance de la frontera agrícola, racionalizando el consumo de cárnicos, protegiendo los bosques, selvas y vida salvaje, limitando la huella de carbono de las emisiones industriales, manteniendo los patrones de consumo lo más modestos posible, etc.

Desde este espacio, el compromiso no es otro sino el de aportar a la promoción del salto hacia las energías renovables en materia de transporte que limiten las emisiones de CO2 en Ecuador. Si los desafíos del Antropoceno quedan sin respuesta, la humanidad será la única culpable de los problemas y desastres ambientales que la sometan.