Un volcán de Alaska habría sido responsable de un periodo de frío extremo y hambruna en la Antigua Roma

Un equipo internacional de científicos e historiadores ha encontrado evidencia que conecta un inusual período de frío extremo en la Antigua Roma con una erupción masiva del volcán Okmok, ubicado en Alaska, a más de 8.000 kilómetros de distancia, según un estudio publicado esta semana en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences.

Joe McConnell y su equipo analizaron químicamente tefra –o restos de ceniza volcánica– recolectada de las capas de hielo del Ártico y encontraron que las partículas arrojadas durante la erupción del Okmok, en el año 43 A.C., tuvieron impacto climático y social incluso al otro extremo de la Tierra.

Para la época de la muerte de Julio César, en el año 44 a.C., los historiadores describen un período de clima inusualmente frío, pérdida de cosechas, hambrunas, enfermedades y disturbios en la región mediterránea. Los investigadores sugieren que los impactos de aquel fenómeno natural finalmente contribuyeron a la caída de la República Romana y provocaron problemas al Reino Ptolemaico de Egipto.

«Encontrar evidencia de que un volcán al otro lado de la Tierra entró en erupción y contribuyó efectivamente a la desaparición de los [antiguos] romanos y egipcios, además de al surgimiento del Imperio Romano, es fascinante», señaló McConnell al explicar cuán interconectado estaba el mundo ya en aquella época.

Los especialistas pudieron identificar claramente dos erupciones distintas: un evento potente, pero de corta duración, a principios del año 45 A.C.; y otro mucho más grande y más extendido, a principios del año 43 A.C., denominado Okmok II, con erupciones volcánicas que duraron más de dos años según todos los registros del núcleo de hielo.

El equipo también basó su trabajo en registros climáticos de anillos de árboles de Escandinavia, Austria y California, así como registros climáticos de cuevas situadas al noreste de China.

Bajas temperaturas e intensas lluvias

«Okmok II inyectó grandes cantidades de dióxido de azufre en la estratósfera, que se convirtieron en aerosoles de sulfato altamente reflectantes, pequeñas partículas y gotitas en el aire a nuestro alrededor», señaló McConnell. «Esos aerosoles fueron arrastrados por los vientos a todo el hemisferio norte y reflejaron la radiación solar entrante», agregó.

Según sus hallazgos, los dos años posteriores a la erupción de Okmok II fueron algunos de los más fríos en el hemisferio norte en los últimos 2.500 años. Los modelos climáticos sugieren que las temperaturas, promediadas estacionalmente, pueden haber sido de hasta 7 grados centígrados por debajo de lo normal durante el verano y el otoño. Además, las lluvias en verano fueron entre un 50 % y un 120 % más abundantes en el sur de Europa, mientras que en otoño subieron un 400 %.

«En la región mediterránea, estas condiciones húmedas y extremadamente frías durante la primavera agrícola y las temporadas de otoño probablemente redujeron los rendimientos de los cultivos, y agravaron los problemas de suministro mientras estaban en curso los trastornos políticos de ese período», dijo el arqueólogo Andrew Wilson. «Los efectos climáticos fueron un shock severo para una sociedad ya estresada y en un momento crucial de la historia», concluyen los investigadores.