Por qué Argentina es el país con mayor cantidad de muertes diarias de covid-19 por cada millón de habitantes

Argentina acaba de cumplir siete meses desde que el Gobierno de Alberto Fernández dio inicio a la cuarentena obligatoria a nivel nacional, en el marco de la emergencia sanitaria declarada por la pandemia del coronavirus, cuya medida fue variando en cada jurisdicción. En ese período, las autoridades locales pasaron de los elogios por su pronta reacción para aplicar el distanciamiento social y preparar al sistema de salud, a ser el blanco de muchas críticas ante las elevadas cifras de contagios y muertes.

Los reportes oficiales indican que el país sudamericano ya superó el millón de infectados, ubicándose como la quinta nación con mayor cantidad de casos confirmados. Aunque el número parezca revelador, visto de forma aislada no dice mucho: si se cuentan los contagios por cada 100.000 habitantes, es decir, bajo una medición proporcional y comparable con otros Estados, Argentina está lejos de aparecer en los primeros puestos. En cuanto a los fallecimientos por covid-19, tiene un total de casi 28.000, ocupando el lugar número 12 entre los países con más víctimas. Si se mide según la densidad poblacional, registra al menos 62 defunciones cada 100.000 personas, y se coloca en el puesto 11.

Igualmente, los cuestionamientos hacia la administración de Fernández crecieron en los últimos días, con el agravamiento de la emergencia y la aparición de estadísticas más preocupantes. En efecto, Our World in Data, un proyecto auspiciado por la Universidad de Oxford que monitorea los impactos de la pandemia a nivel global, muestra que Argentina no solo está lejos de controlar al coronavirus, sino que pasó a ser uno de los lugares con más complicaciones. No obstante, infectólogos consultados por RT dicen que estos datos son muy relativos como para ser tomados de forma dramática. Repasemos.

El promedio de muertes diarias de los últimos siete días, basado en datos gubernamentales, muestra que el país del Cono Sur tiene la tasa de mortalidad más elevada: 8,27 fallecimientos por cada millón de habitantes, hasta el 23 de octubre. Detrás le sigue República Checa (8,2), junto a Estados con poblaciones más pequeñas: Andorra (7,4) y Montenegro (7,28). Se trata de cifras muy superiores a las de otros países sudamericanos, que meses atrás se vieron desbordados por la emergencia, como Ecuador (1,57), Perú (1,76) o Brasil (2,31).

«Meseta alta de contagios»

Para Daniel Pryluka, referente de la Sociedad Argentina de Infectología (SADI), las estadísticas deben ser tomadas con pinzas: «No siempre sirven para hacer comparaciones«, opina. Es que, si bien es pronto para asegurar que el país transita su pico de casos, sí se puede afirmar que está en «una meseta alta», es decir, una cantidad elevada de contagios durante varias semanas, donde «baja en algunas jurisdicciones y empieza a subir en otras», en una nación territorialmente extensa.

Considerando esta situación, para el experto no tiene sentido hacer contrastaciones con otros lugares donde lo peor ya pasó: «Es obvio que va a haber una cantidad alta de muertos por millón de habitantes, si lo comparamos con otros países que no están en el pico». Lo mejor, insiste el doctor, sería comparar naciones al momento de sus topes máximos de infecciones. Italia, por ejemplo, entre fines de marzo e inicios de abril, registraba más de 13 muertes diarias bajo la misma medición.

Estación de trenes de Retiro, Ciudad de Buenos Aires, el 9 de octubre del 2020.Agustin Marcarian

Sin desmerecer la importancia de las estadísticas, Pryluka remarca que en otros análisis, como el índice de letalidad —personas fallecidas sobre cantidad de contagios registrados—, Argentina «marca un 2,7 %», estando «por debajo de la tasa mundial«. Es decir, mueren entre dos y tres personas por cada 100 infectados confirmados.

«Fatiga, cansancio y hartazgo en la gente»

Martín Hojman, infectólogo del Hospital Rivadavia de la Ciudad de Buenos Aires, piensa que «la situación no es tan mala como dicen muchos«. No obstante, es innegable que el contexto argentino empeoró: «La contención y el manejo del aislamiento de las personas no pudo ser mantenido en el tiempo», describe. Para este médico, aplicar restricciones de circulación con anticipación permitió preparar al sistema de salud, pero también causó «fatiga, cansancio y hartazgo en la gente».

Por otro lado, critica la «manipulación política» que se hizo de la pandemia, con «mensajes contrapuestos» que confunden a la sociedad. Es que, mientras el Gobierno de Fernández insistía con permanecer en los hogares, el expresidente Mauricio Macri incentivaba manifestaciones contra el peronismo en la vía pública. Todo ello «hizo que la situación se liberara, que se pierda un poco el miedo, y empezaron a relajar las medidas». Así, la circulación viral continuó, y no se pudo reducir.

Otro punto clave, dice Hojman, es que se trasladaron los brotes hacia el interior del país, «donde la contención del sistema de salud no es igual que en la capital y sus alrededores». Pryluka agrega que el acatamiento de las normas fue distinto en cada jurisdicción: «A medida que uno se aleja de los grandes centros urbanos, el cumplimiento de las medidas fue mucho más precario. Aunque se limitaron algunas actividades, la realidad es que la gente se seguía reuniendo, comiendo asados, festejando cumpleaños y casamientos».

Médicos y miembros de las Fuerzas Armadas hacen testeos en la ciudad de San Salvador de Jujuy, Argentina, el 21 de agosto del 2020.Ministerio de Salud de Jujuy / AFP

En Argentina, más allá de las disposiciones del Ejecutivo nacional, las provincias gozan de cierta autonomía para dictar sus propias reglas. Al respecto, Pryluka señala que el caso de Jujuy es paradigmático: «Fue la primera en cerrar todo, antes que el Gobierno nacional, incluso sin tener casos. Pero, después fue la primera en abrir todo para el turismo local. Es difícil, porque cada jurisdicción hizo lo que le pareció mejor». Ese territorio, ubicado al extremo norte del país, estuvo «al borde del colapso sanitario», según lo expresado por el gobernador Gerardo Morales en septiembre, aunque finalmente la situación no fue incontrolable.

Entre tanto, la última semana el país del Cono Sur arrojó un elevado promedio de 330 contagios diarios por cada millón de habitantes, posicionándose como el territorio con mayor índice de infecciones en América. La cifra está en el mismo rango de naciones europeas como España, Francia y el Reino Unido. En general, se estima que hay muchos más contagios de los debidamente notificados, sobre todo en países donde se hacen pocos testeos para optimizar recursos escasos, como sucede en Argentina.

Sin embargo, los entrevistados coinciden en que el sistema sanitario respondió bien, y, salvo situaciones muy puntales, no se produjo el colapso general. De hecho, ambos destacan la incorporación de personal, sumado a la compra de equipos y materiales: «La cuarentena temprana permitió poner a punto un sistema de salud que venía muy golpeado antes de la pandemia. Creo que dentro de lo mal que estaba, se hizo todo lo posible», comenta Hofman.

Estudiantes esperan en fila con distancia social para ingresar a una escuela, en Buenos Aires, Argentina, el 13 de octubre de 2020.Agustin Marcarian / Reuters

«Trabajo en un hospital del siglo XIX, dependiente del Gobierno de la Ciudad. Obviamente no van a poder construir uno de vuelta, pero se acondicionó de acuerdo a las posibilidades», ejemplifica. Así, los dos subrayan que, a diferencia de otros países, todavía no hubo que elegir a qué pacientes colocarles un respirador, ni lamentar muertes en las calles. «Yo también pienso: ¿Qué se hizo mal? La verdad es que, desde el punto de vista de salud, estuvo bien. Ahora, si necesitás liberar actividades, hay que hacer otro balance», puntualiza Hofman.

Fallas en el registro de testeos

De forma reciente, Our World in Data decidió eliminar a Argentina de su índice de positividad, que muestra el porcentaje de casos confirmados sobre el total de testeos realizados. Esa organización, basada en datos oficiales, había publicado que el 75 % de los análisis se correspondía a contagios, en un promedio de los últimos siete días. Es decir, indicaba que de cada diez personas testeadas, siete u ocho tenían covid-19, una estadística desproporcionada y poco creíble, que también era la más alta del mundo.

«Las cifras oficiales agregadas por el Gobierno no tienen la calidad suficiente para reflejar correctamente el alcance de las pruebas», argumentó en redes sociales Edouard Mathieu, gestor de datos en aquel grupo. El error ya fue confirmado por el ministro de Salud, Ginés García González, tras sostener que la falla provenía de las provincias, que no estarían cargando los resultados negativos al sistema nacional de datos: «Empezamos a corregirlo«, dijo esta semana.

Pero, antes de que Argentina fuese eliminada de este índice por la falta de confianza en sus reportes, Daniel Pryluka ya había notado algunas inconsistencias, basado en las cuatro instituciones del Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) — tres privadas y una pública— donde trabaja: «Nuestras tasas de positividad están entre el 20 y 30 %. Cuando hablo con otros colegas, pasa lo mismo. Tengo la sospecha de que muchos lugares privados no están cargando los casos negativos».

Sugerencias de los expertos

La política argentina de testeos está en el centro de la polémica por estos días. Es que los recursos son pocos, y determinar la mejor forma de usarlos genera controversias. Mientras, varios ciudadanos con síntomas claros deben aguardar por tiempo indefinido hasta que aparezcan más malestares para ser hisopados. La bajada de línea general es que se analicen los casos con muchas sospechas y, en menor medida, aquellos vínculos cercanos, aunque la lógica varía en cada jurisdicción.

«Habría que hacer una búsqueda más activa de casos asintomáticos, pero no al azar, sino vinculada a casos concretos», plantea Pryluka. Y explica: «Lo difícil es sostener el aislamiento de los contactos estrechos, porque sin un testeo positivo, pocas veces se cumple». Hojman agrega que, junto a los asintomáticos, descriptos como «propagadores del virus», están los «súper contagiadores«, que por su trabajo o características personales interactúan con mucha gente. Por ahora, no hay una política clara para identificar a estas personas: «El rastreo, diagnóstico y aislamiento no está hecho del todo bien«, lamenta el doctor. Todo ello sumado a los individuos que no alertan sobre sus síntomas, y circulan por espacios públicos, arriesgando a terceros.

Con ese marco, el Gobierno de Fernández atravesó la pandemia haciendo comparaciones con otras naciones, destacando logros propios en la gestión de la emergencia. Ahora, hay más cautela. «Ni éramos los campeones del mundo, ni somos los peores«, dice Pryluka. Y, como conclusión, cambia la dirección de las críticas: «Tal vez nos faltó una responsabilidad social, como país, más activa».

Leandro Lutzky

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