Lo que se juega en Venezuela con las megaelecciones (y por qué es importante más allá de los resultados)
En un país acostumbrado a las coyunturas definitivas, las encrucijadas y las batallas finales, llega un acontecimiento, las próximas megaelecciones regionales y locales del 21 de noviembre, en el que ya no se juega el ‘todo o nada’, sino que más bien no se espera que esta fecha parta la historia en un antes y un después.
Los resultados del domingo en Venezuela probablemente no producirán grandes euforias, ni tampoco la campaña ha generado expectativas de drásticos cambios de rumbo para ninguno de los bandos políticos. Sin embargo, y parafraseando a Karl Marx, hay que «ser capaz de oír a la hierba crecer» para comprender que es mucho lo que se juega en estas elecciones.
Incluso, más allá de los resultados, lo más importante de estos comicios son los términos en los que ha sido convocado, en medio de un ambiente pacífico y de un proceso de reinstitucionalización que convertirán este evento en el pistoletazo inicial para el diseño e implementación de dos grandes estrategias a enfrentarse, electoralmente, los próximos años.
Pase lo que pase el domingo en cuanto a los cómputos finales, comenzará la carrera para las presidenciales de 2024.
Si se mira el acontecimiento en términos proyectivos, podría descubrirse que tiene potencialidad de llegar a ser el más importante desde que la oposición se empecinó en su política abstencionista, impulsada desde Washington y que solo le produjo una enorme hemorragia de su acumulado de fuerzas y el atornillamiento definitivo de su contrincante.
Las próximas presidenciales podrían hacerse en un ambiente alejado del despropósito que imperó durante estos años, el de «de todas las cartas están sobre la mesa», que impuso el expresidente Donald Trump en las relaciones internacionales sobre Venezuela.
Por ello, el escenario más probable es que el partido de Gobierno mantenga su liderazgo en la casi totalidad de gobernaciones y alcaldías del país (en la actualidad tiene 19 de las 23 gobernaciones y 310 de las 335 alcaldías). Sin embargo, cumplida la cita, con un poder electoral repotenciado, con la vuelta de las misiones internacionales y el definitivo tránsito de la oposición a la estrategia electoral, la evaluación deberá estar ubicada tanto en los números resultantes de las urnas como en las perspectivas hacia 2024.
Es allí donde estas regionales pueden develar el espíritu que gobernará las pasiones políticas durante los próximos años y las pondrá bajo la racionalidad electoral. Y eso es algo bastante novedoso para una oposición acostumbrada a cantar fraude y para un chavismo triunfante que no supera el 20 % del padrón electoral.
Las imágenes que podremos observar el domingo de las respectivas misiones de la ONU, la Unión Europea y el Centro Carter en el territorio, la oposición votando, el festejo opositor por su triunfo en algunos territorios o el reconocimiento del árbitro, todas ellas acciones típicas de cualquier evento de este signo, en el caso venezolano harán inevitable comprender que se asiste a una normalización política.
Todo ello invita a pensar que las próximas presidenciales podrían hacerse en un ambiente alejado del despropósito que imperó durante estos años, el de «de todas las cartas están sobre la mesa», que impuso el expresidente estadounidense Donald Trump en las relaciones internacionales sobre Venezuela.
Este 21 de noviembre lo que más vale es la aplicación del protocolo. No hay expectativas de resultados asombrosos ni por la cantidad de votantes que mueva el chavismo ni por la cantidad de gobernaciones y alcaldías que gane la oposición. Tampoco por el nivel de abstención.
Las fuerzas en la contienda
Por su parte, el chavismo tratará de demostrar que es un movimiento con capacidad de movilización como para enfrentar cualquier coyuntura, incluyendo unas elecciones competitivas, y en los resultados de esta justa puede estar la clave sobre si veremos cambios en la estrategia para los comicios de 2024.
Dos gobernaciones cobran protagonismo para comprobar esto último: Carabobo y Miranda. En ambos estados están las posibilidades para un hipotético reemplazo de liderazgo nacional.
En el estado Carabobo, donde se ubica Valencia, la ciudad industrial del país, Rafael Lacava es un líder chavista atípico que se enfrenta a un líder histórico opositor en esta región: Enzo Scarano, quien hasta hace semanas se encontraba exiliado.
En el estado Miranda, considerado el principal del país en términos políticos, el abanderado chavista Héctor Rodríguez, un líder de las canteras, se enfrenta a un escenario que hace pocos días resultaba inesperado: la renuncia a la candidatura del dirigente Carlos Ocariz, del partido Primero Justicia, y con ello, una candidatura de David Uzcátegui, que queda ahora solo, lejos del fantasma de la división opositora, para enfrentarse al chavismo.
Por parte de la oposición, hay dos lugares claves.
Por un lado, la Gobernación de Zulia, el estado más grande de Venezuela, donde Manuel Rosales podría convertirse en precandidato opositor de manera automática. De hecho, ya aspiró a la Presidencia en 2006 y luego pasó largos años en el extranjero.
Y por el otro, la alcaldía de Caracas, donde Primero Justicia, el partido de Henrique Capriles, líder opositor y excandidato presidencial en 2012, postuló a un líder nacional como Tomás Guanipa.
Ambas fuerzas tratan de bloquear, como en el dominó, las jugadas de sus contendores en estos espacios.
Escenarios radicales
¿Cabría esperar que, en un escenario de altísima abstención donde el oficialismo arrase, se termine reimpulsando la narrativa golpista e intervencionista de la oposición radical? Es poco probable porque los partidos políticos opositores, independientemente del resultado electoral, no quieren volver a decretar la lógica abstencionista y no tienen alicientes para hacerlo. Ya mínimamente se han reactivado y algún espacio mínimo deberían avanzar, puesto que actualmente tienen muy pocas gobernaciones y alcaldías.
Por fin, en la política venezolana no se espera un ‘Día D’, ni un antes y un después, sino un paso más para la normalización política y una respectiva evaluación en frío para comenzar a diseñar la estrategia de cara al 2024.
¿Se podría esperar que EE.UU. condene las elecciones en los últimos minutos y vuelva a la línea abstencionista? Sería un arranque más parecido al Trump empecinado en ganar Florida que a un Joe Biden que quiere bajar la presión de su patio trasero.
¿Podría suceder que la oposición vote masivamente y repita la victoria de 2015? Es muy poco probable, ya que dinamitó todo su andamiaje político y el acumulado conseguido, produciendo fuerte descrédito y una división que hace que su máxima apuesta política, como lo fue ‘el interinato de Guaidó’, todavía mueva los hilos para desconocer el ambiente electoral y llamar entre líneas a la abstención.
En este sentido, el eurodiputado y padre de Leopoldo López ha sido el vocero del grupo parlamentario de derecha que ha desistido de participar en la misión de observación de la Unión Europea. Con esto, ¿qué mensaje puede haberle enviado a los candidatos y las bases de su partido Voluntad Popular y todos aquellos que siguieron al interinato que no sea de apatía y desazón por la vía electoral?
Por fin, en la política venezolana no se espera un ‘Día D’, ni un antes y un después, sino un paso más para la normalización política y una respectiva evaluación en frío para comenzar a diseñar la estrategia de cara al 2024.
Ociel Alí López
Es sociólogo, analista político y profesor de la Universidad Central de Venezuela. Ha sido ganador del premio municipal de Literatura 2015 con su libro Dale más gasolina y del premio Clacso/Asdi para jóvenes investigadores en 2004. Colaborador en diversos medios de Europa, Estados Unidos y América Latina.
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