El repliegue conservador, la irrupción de la nueva política y una Constitución pendiente: ¿hacia dónde mira Chile?
Cuando en 1988 se le preguntó a los chilenos si querían la continuidad de la dictadura de Augusto Pinochet, que dejaba una gran estela de violencia con miles de desaparecidos y la ejecución sumaria de toda la institucionalidad democrática, una mayoría consistente, el 55 %, votó en contra. Pero otro 44 % votó a favor.
La derecha chilena no solo ha gozado del uso de la fuerza. También tuvo una base de apoyo que le permitió ganar varias presidenciales, a pesar de la estrecha relación con la dictadura.
Sin ir muy lejos, en 2017, el actual presidente Sebastián Piñera ganó las elecciones, por segunda vez, con el 54 % de los votos.
¿Qué estarían viendo o sintiendo estos chilenos que se movilizaron para perpetuar la dictadura? ¿Habrían creído firmemente en la necesidad de acabar, a como diera lugar, con el ‘comunismo en auge’? ¿O sencillamente defendían sus intereses por sobre cualquier régimen político? ¿El triunfo a Piñera fue producto de una campaña electoral o de un voto ideológico consistente?
Mientras, desde comienzos de siglo, Latinoamérica ensayaba gobiernos progresistas, Chile se mantenía atada a las corrientes conservadoras y a un ala moderada, muy moderada, de la izquierda socialdemócrata, que jamás pudo intentar remover los contundentes pilares que dejó la constitución pinochetista que privilegiaba al sector militar, incluso a lo interno de la institución parlamentaria.
Sin duda, una democracia tutelada que este fin de semana se ha desmoronado bajo la mirada impotente del conservadurismo.
Así comienza Chile
Ahora, la situación parece ser otra. El respaldo del elector del conservador chileno ha sido del 20,5% en los resultados de este fin de semana, donde eligieron a los convencionales constituyentes encargados de redactar la nueva Constitución. Con 37 escaños, la derecha chilena queda lejos del tercio (52 curules) que requería para ser la piedra de tranca de todo el proceso. Tras el comicio, es apenas una minoría.
Para aprobar la redacción final de la Constitución se requieren 2/3.
¿Qué pasó con el votante conservador chileno? ¿Lo ha superado la nueva ola juvenil de protestas y le ha robado las generaciones de relevo?
¿Qué pasó con el votante conservador chileno?, ¿lo ha superado la nueva ola juvenil de protestas y le ha robado las generaciones de relevo?, ¿lo han conquistado los discursos alternativos y emergentes?, ¿se han apartado del pinochetismo?, ¿cómo no reaccionó ante la ‘venezolanización’ del modelo liberal por excelencia?
Cuando hace varios meses, en medio del estallido chileno, varios analistas nos preguntábamos que estarían pensando las determinantes fuerzas conservadoras sobre las prolongadas protestas, el auge mapuche o la vandalización de bienes públicos, lo hacíamos porque esperábamos (por suerte, de manera equivocada) que la derecha podría lograr movilizar un amplio sector al que las protestas le obstaculizan su cotidianidad.
Pero eso no pasó. El pueblo chileno demostró estar muy consiente que ha iniciado un proceso para, al menos, intentar acabar con las leyes y prácticas dictatoriales que había impuesto Pinochet como condición para dejar el poder.
Las mayorías han preferido castigar no solo a los conservadores, sino también a los que políticamente convivieron cómodamente y sin mucho resquemor bajo las reglas del pinochetismo: en primer lugar, la coalición llamada Concertación, socialdemócrata, que vivió a la sombra de la derecha más gorila del continente y que después de lograr ganar varias presidenciales, hoy cae al 18 %.
Una vez derrotado el bipartidismo en esta elección, Chile abre las puertas a la posibilidad, aun no determinante, de ponerse al día con los adelantos constitucionales que ocurrieron en varios países las últimas dos décadas. Aunque, como sabemos, eso no garantiza el éxito económico o político, sí genera mayores grados de inclusión e igualdad que hoy se reclaman en las calles.
En definitiva, el bipartidismo que gobernó el país desde la salida de Pinochet y hoy no suma el 40% de los votantes, comienza a entender que se ha tambaleado el estable tablero que impusieron los militares con reyes, reinas y alfiles injaqueables. Que las protestas no eran un reclamo minoritario, ni malcriado, ni alienígena.
Todo esto en medio del avance del Partido Comunista y de sectores independientes, y en el marco de la fecha cumbre: las presidenciales del 21 de diciembre de este año. La campaña está cada vez más cercana.
Apenas saber el resultado, Piñera ha dicho: «La ciudadanía nos ha enviado un claro y fuerte mensaje al gobierno y a todas las fuerzas políticas tradicionales: no estamos sintonizando adecuadamente con las demandas y anhelos de las mayorías, y estamos siendo interpelados por nuevas expresiones y nuevos liderazgos».
Los retos de los sectores emergentes
La Lista del Pueblo, integrada por candidatos independientes a los partidos, sacó 27 escaños, mientras que Apruebo Dignidad (coalición de varios sectores, incluido el Partido Comunista) logró 28 curules.
El nuevo sector radical tiene demandas concretas, pero básicamente quiere acabar con las instituciones tal como la conocieron los chilenos. Quieren burlarse, sobre todo simbólicamente, de las instituciones tuteladas del pinochetismo y de toda la herencia que ha dejado. Quieren acabar con la convención, no maquillarla. Patear el establecimiento. No piensan en una estrategia definida o en cambios graduales. Quieren el cielo y creen que pueden conquistarlo.
Ante ello, no queda otra que analizar –sin el pesimismo inicial que teníamos ante algunas escenas violentas– si les irá bien en la política a largo plazo o si será un movimiento que pueda desinflarse, debido a su diversidad y a las dificultades para una articulación duradera que pueda generar una alternativa de poder.
Quieren acabar con la convención, no maquillarla. Patear el establecimiento. No piensan en una estrategia definida o en cambios graduales. Quieren el cielo y creen que pueden conquistarlo.
Por ahora, los radicales de izquierda le han ganado a los medios, a las instituciones, a los partidos y al pinochetismo.
Y eso no es cualquier cosa, porque lo han hecho de raíz, no quemando estaciones de metro sino convenciendo a las generaciones de relevo. Jugándose un cambio de paradigma que permitió que donde los medios veían vándalos, la sociedad viera a vengadores. Cuando se coleaban en el metro, la gente no veía desadaptados o parásitos, veía a héroes. Donde las doñas de clase alta veían alienígenas, hoy tendrán que ver a sus hijos votando a los aliens.
Por eso Pamela Jiles, ‘La Abuela’, va adelante en las encuestas, aunque en estas regionales no le fue bien. Ella emerge representando el repudio, la burla política hacia el convencionalismo, el establecimiento y la propia institución chilena. Jiles insultó a Piñera en vivo el día de las votaciones, y lo llamó «asesino igual que Pinochet», algo que no cualquier político, mucho menos de la concertación opositora, hace.
Por eso Tía Picachú y los mapuches han resultado ganadores.
Por eso gana el Partido Comunista en Santiago. Es una venganza. Es vaciar la pena de haber vivido en dictadura y no haberle podido derrotar desde 1973 hasta ahora. Se está desmontando el empate catastrófico que ha existido en el marco de la Constitución entre la derecha pinochetista y el mundo popular democrático, después de la salida del dictador.
Hoy la gente ha votado a los ‘vándalos’, a los mapuches, a los ‘terroristas’, incluyendo una parte de ese electorado conservador o, al menos, a sus generaciones de relevo.
El problema que se le presenta a este movimiento ahora es el de saber articular, saber negociar, evitar las posturas ultras e ir dando forma a una candidatura común, con fuerza y respaldo contundente, que lejos de forzar un realineamiento del pinochetismo y su brazo electoral (el piñerismo), los invite a disolver el apoyo que han dado a la tutela del Ejército por sobre las instituciones democráticas.
El gran reto es hacer nuevas instituciones.
Ahora, después del estallido popular, viene la política y es allí donde el espectáculo y la burla tendrán que ceder paso a las negociaciones entre los diferentes sectores emergentes y a la racionalidad propiamente política para diseñar una transición estable. Recordando siempre que el péndulo no ha hecho sino ir hacia la izquierda y que, tarde o temprano, volverá a hacer su viraje.
Ociel Alí López
Es sociólogo, analista político y profesor de la Universidad Central de Venezuela. Ha sido ganador del premio municipal de Literatura 2015 con su libro Dale más gasolina y del premio Clacso/Asdi para jóvenes investigadores en 2004. Colaborador en diversos medios de Europa, Estados Unidos y América Latina.
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