El espía soviético que atentó contra Trotski, fue embajador de Costa Rica, se reunía con el papa y sentó bases de estudios latinoamericanos en la URSS

A finales de 1953, el embajador costarricense en Italia y Yugoslavia, el empresario Teodoro Bonnefil Castro, notificó a San José que se iba de vacaciones prolongadas, y dos semanas más tarde dimitió, argumentando que su mujer necesitaba un tratamiento prolongado en Suiza. Luego, desapareció sin dejar rastro. Así terminó la culminación de la carrera en el espionaje de Iósif Grigulévich, agente de la Inteligencia soviética desde 1937.

Joven revolucionario

El futuro espía nació en 1913 en Letonia, en el seno de una familia de caraítas, etnia de procedencia túrquica que profesa una versión específica del judaísmo. En 1926, su padre, Romuald, emigró a Argentina, donde se convirtió en gerente de una farmacia en La Clarita, en la provincia de Entre Ríos. El mismo año, Iósif, de tan solo 13 años, se interesó por el marxismo y se unió a un grupo revolucionario secreto, por lo que fue expulsado de la escuela.

La familia tuvo que emigrar a Polonia, donde Grigulévich fue arrestado y pasó cerca de dos años en la cárcel. Luego de liberarse, viajó, con recomendaciones del Partido Comunista local y bajo otro nombre, a París, uno de los centros más importantes de la emigración polaca de la época. El historiador Nil Nikándrov cita su relato:

Podría irme a la Unión Soviética, y esto sería para mí la mayor felicidad posible, pero veía mi deber en seguir combatiendo contra el capital y el fascismo.

En la capital francesa, Grigulévich empezó a estudiar en la prestigiosa Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales y, además, se afilió al Socorro Rojo Internacional (SRI), filial de la Internacional Comunista que abogaba por la amnistía para los revolucionarios. En agosto de 1934, fue enviado como agente del SRI a Argentina. Allí se reunió con su padre y aprendió el español, pero en julio de 1936 fue detenido en Buenos Aires durante una reunión en la casa del médico y político socialista Augusto Bunge. Dado que los agentes obtuvieron su fotografía y huellas dactilares, la Internacional decidió enviarlo a España, inmersa en plena guerra civil.

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España

A sus 23 años, Grigulévich llegó a España, donde tomó el nombre de José Ocampo. Gracias a su conocimiento de varias lenguas —la rusa, la lituana, la española, la francesa, la alemana y la polaca— fue asignado como ayudante del comisario político del Quinto Regimiento de Milicias Populares, Vittorio Vidali, y luego, del jefe del Estado Mayor republicano, Vicente Rojo. Pronto pasó a trabajar en la misión diplomática de la URSS en la República.

Allí fue reclutado por el Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos de la URSS (NKVD, por sus siglas en ruso). Según Nikándrov, detrás de la operación estaba el agente Naúm Belkin, quien se dedicaba en España a la lucha contra la ‘quinta columna’ franquista. El propio Grigulévich describió una de sus primeras misiones en un relato autobiográfico publicado bajo el seudónimo de ‘I. Grigóriev’. El protagonista, que aparece en el texto bajo el nombre de Borís Mirónov, tiene que hacer hablar a un general rebelde capturado, de cuya división se han recibido informes contradictorios. Para esto, le meten en la celda del militar con el uniforme de oficial del bando sublevado. Pese a la incredulidad inicial, convence al general y este comparte que su unidad está desmoralizada y si no obtiene refuerzos será vencida en dos o tres días. Luego de la derrota de la división, el jefe le dice a Mirónov:

Entra y cierra la puerta más fuerte. Hoy tendremos una larga conversación. Has desempeñado perfectamente tu papel en la celda de Silva. Ahora es tiempo de pasar a un juego más grande. Moscú me ha autorizado ofrecerte una nueva tarea.

Gurévich no solo ayudaba en España en la lucha contra los franquistas clandestinos, sino también contra las tendencias adversarias a las fuerzas prosoviéticas. En particular, participó en los enfrentamientos armados con los trotskistas del POUM y los anarquistas de la CNT-FAI y otros grupos. Recordaba con horror los combates en la capital catalana:

Todos se han mezclado, disparaban continuamente de todos lados. Las suelas de los zapatos se pegaban a los adoquines regados profusamente con sangre. Hubo encarnizamiento generalizado; los españoles son combatientes bravos, nadie quería ceder y por eso no pidió gracia.

En junio, Grigulévich fue uno de los integrantes de la operación Nikolái, que consistió en el asesinato extrajudicial del líder del POUM, Andrés Nin. Un mes después, mientras en España se buscaba a los sospechosos, el grupo fue enviado a la URSS.

Atentado contra Trotski

Militante comunista desde la adolescencia, Grigulévich nunca antes había estado en la Unión Soviética. Al cruzar la frontera, se sintió muy emocionado. «El nuevo mundo, en la defensa del que luchaba desde la juventud, al servicio del que dediqué mi vida, abría con hospitalidad sus puertas», escribió mucho después.

Su estancia en la URSS no fue larga. Tras completar el entrenamiento para espías, en mayo de 1938 llegó a México. Tenía que matar a Lev Trotski, entonces el mayor adversario de Iósif Stalin en el campo de la izquierda.

Exiliado desde 1929, el ‘profeta desarmado’, como lo tildó el historiador Isaak Deutcher, llegó a la capital mexicana en 1937. Allí los pintores Diego Rivera y Frida Kahlo le cedieron la llamada ‘Caza Azul’, en el barrio de Coyoacán. Luego se trasladó a una casa vecina en la calle Viena.

Durante dos años, Grigulévich vigiló sistemáticamente al propio Trotski, sus guardaespaldas y visitantes, creando al mismo tiempo el grupo de atacantes bajo el mando de otro célebre pintor mexicano, David Alfaro Siqueiros. Además, conoció y se casó con la profesora mexicana Laura Aguilar Araujo, con la que viviría hasta la muerte.

Iósif y Laura Grigulévich.Public Domain

El asalto tuvo lugar en la noche del 23 al 24 de mayo de 1940. El grupo acribilló el dormitorio de Trotski, pero este no sufrió ni una herida. La operación fallida sería seguida por otra, la del español Ramón Mercader, quien mataría a Trotski tres meses más tarde. Entre tanto, Grigulévich tenía que escapar a Argentina para crear una red de inteligencia ilegal.

Subversión antifascista en América Latina

La pronta invasión del Tercer Reich a la Unión Soviético forzó a Grigulévich —quien había propagado su red también a Chile, Brasil y Uruguay— pasar al sabotaje contra empresas vinculadas a la Alemania nazi.

Su primer objetivo fue la redacción del periódico argentino Pampero, que recibía financiación de la Embajada alemana y difundía la ideología nazi. El edificio fue quemado. Luego, los clandestinos perpetraron decenas de incendios, tanto en tierra firme como en el puerto de Buenos Aires, afectando los suministros a los países del Eje con materias primas sudamericanas. Asimismo, lograron enviar a Europa con documentos falsificados a decenas de antifascistas que se unieron a la lucha en los territorios ocupados.

El sabotaje se detuvo solo a mediados de 1944. La decisión se debió a que Moscú supo que las inteligencias de EE.UU. y el Reino Unido tenían conocimiento del grupo soviético.

Embajador de Costa Rica

Grigulévich salió de Argentina a Chile, donde su amigo y miembro de la red de inteligencia, el escritor costarricense Joaquín Gutiérrez Manguel, le ayudó a forjar una nueva identidad. Esta vez, el espía se convirtió en Teodoro Castro, hijo de un empresario de Costa Rica, que vivía desde la infancia en Chile. En tal calidad, pasó algún tiempo en Bolivia y Brasil, recolectando datos y relaciones útiles.

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En 1949, el espía se trasladó con su esposa a Italia. Fiel a la tapadera de Teodoro Castro, creó una empresa dedicada a la importación de café y otros productos de Costa Rica y América Latina en general. Con el tiempo fraguó relaciones útiles en Roma, pero el verdadero golpe de suerte fue el encuentro con una misión costarricense diplomático-comercial encabezada por el expresidente José Figueres Ferrer. Grigulévich convenció al político de que tenían un parentesco lejano, y además lo invitó a ser socio en su empresa.

De hecho, posteriormente el espía afirmaba que escribió para Figueres el programa electoral que le permitió regresar al poder en 1953, combinando el rechazo del imperialismo estadounidense y del comunismo soviético con la llamada a amplias reformas sociales. «Me pagó con ingratitud. ¡Nunca he obtenido el puesto de vicepresidente!», ironizaba.

Como fuere, las relaciones con el político le permitieron a Grigulévich establecerse en los círculos diplomáticos de Roma. En 1951, fue nombrado primer secretario del Consulado costarricense y en julio del año siguiente se convirtió en embajador del país centroamericano en Italia. Ese reconocimiento resultó no solo en numerosas relaciones con los diplomáticos de varios países, sino también en 15 audiencias con el papa Pío XII, entre ellas una privada. Asimismo, fue designado como embajador en Yugoslavia.

Con este país eslavo está vinculado otro importante hecho de la biografía de Grigulévich. En 1952, el Ministerio de Seguridad Estatal ideó asesinar al líder yugoslavo, Josip Broz Tito, quien estaba en conflicto diplomático con Moscú desde 1948. Se proponían varios planes. Uno de ellos preveía que el agente soviético previamente vacunado contra la peste pulmonar esparciera el patógeno en la sala donde estuviera Tito. La muerte de Stalin el 5 de marzo de 1953 canceló estos planes casi suicidas para el agente.

Iósif Grigulévich, como embajador de Costa Rica, con el líder yugoslavo, Josip Broz Tito.Public Domain

Carrera científica

Luego de su ‘desaparición’ misteriosa como embajador de Costa Rica, Grigulévich llegó a la URSS durante la etapa más tensa de la lucha por el poder entre los altos funcionarios del país. En junio fue destituido y el 23 de diciembre, fusilado su jefe supremo, Lavrenti Beria. Se empezó la depuración de los presuntos ‘estalinistas’ en la inteligencia. El agente reclutado y activo en la época de Stalin fue enviado a la reserva para jubilarse anticipadamente tres años más tarde. Tuvo que empezar su vida de nuevo.

No se cruzó de brazos y decidió forjar de sus vastos conocimientos, adquiridos durante el servicio, la base de los estudios soviéticos de América Latina. En 1960, pasó a trabajar como investigador en el Instituto de Etnografía de la Academia de Ciencias de la URSS. Asimismo, estuvo en los orígenes de la formación del Instituto de América Latina, entidad dedicada al estudio de la historia, cultura, política y economía de la gran región, previamente poco conocida en la Unión Soviética.

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Tanto con su nombre, como bajo varios seudónimos, siendo el más frecuente de ellos I. Lavretski —forma de homenaje a su madre, Nadezhda—, Grigulévich escribió más de 30 libros, entre ellos extensas biografías de Simón Bolívar, Ernesto Che Guevara y Salvador Allende, además de varios trabajos dedicados a la política interna del papado que tanto conocía. Con el paso del tiempo, alcanzó renombre científico internacional, aunque por su pasado limitaba sus viajes a países socialistas.

Sin embargo, el exagente nunca renunció completamente de su pasado. En una entrevista, el general Nikolái Leónov del KGB recordó que una vez llegó a la URSS un influyente latifundista costarricense, a quien Grigulévich conocía durante su trabajo en América. Escribió al jefe del Primer Alto Directorio del KGB, Vladímir Kriuchkov: «Le garantizo el éxito de este reclutamiento del mayor plantador, hombre rico y poderoso, expresidente de Costa Rica». Pese a las perspectivas tentadoras, la dirección prefirió abstenerse de la operación. Leónov continúa:

Cuando transmití esta decisión a Grigulévich, me dijo: «¡Eh, chicos! ¡No son románticos, son pragmáticos! De acuerdo, pero yo en su lugar lo reclutaría».

El exagente murió en 1988, ocho años antes que su esposa Laura. Tenía 75 años.

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