Brasil se acerca a los 500.000 muertos por Covid-19
A medida que Brasil se acerca a las 500.000 muertes por el COVID-19 —la segunda cifra más alta de mundo— la ciencia está siendo debatida y la verdad no tiene dueño.
Es previsible que se llegue a esa cifra este fin de semana, en momentos en que el Senado investiga cómo se alcanzó ese total, prestando particular atención a las razones por las que el gobierno derechista de Jair Bolsonaro ignoró oportunidades de comprar vacunas por meses mientras promovía insistentemente el uso de hidroxicloriquina, medicina contra la malaria que no tiene efecto alguno en el control del COVID-19.
Las audiencias, que son televisadas a toda la nación, han incluido numerosas afirmaciones científicas, cuestionamientos de ellas y falsedades como para mantener bien ocupados a los verificadores de datos.
La misma cifra de muertos se cuestiona. Bolsonaro dice que la cuenta oficial de su propio ministerio de salud es exagerada, en tanto que algunos epidemiólogos sostienen que la cifra real es mucho más alta. Tal vez cientos de miles más alta.
El doctor Abdel Latif, que supervisa la unidad de cuidados intensivos de un hospital a una hora de Sao Paulo, dijo que el temor y la desesperación causados por el virus se agravan por la desinformación y las opiniones de supuestos especialistas, así como por la falta de una guía adecuada de parte del gobierno.
“Necesitamos una política sanitaria humana, alejada de las batallas políticas y basada en la ciencia y en la evidencia disponible”, manifestó.
La cifra de muertes de Brasil es superada solo por la de Estados Unidos, donde ya fallecieron más de 600.000 personas. La tasa per cápita de Brasil es mucho más alta, ya que tiene 213 millones de personas, dos tercios la población de Estados Unidos.
En la última semana, la información oficial reflejó unas 2.000 muertes diarias por el COVID-19 en Brasil, una quinta parte de los decesos a nivel mundial. Algunos expertos creen que el aumento en la cantidad de muertos por día puede reflejar la llegada de una tercera ola de contagios.
Bolsonaro lleva 15 meses restando importancia al virus y manteniendo la economía funcionando. Inicialmente dijo que se trataba de “un pequeño resfrío” y se burló de los tapabocas.
No cambió ni siquiera después de contraer él mismo el virus. Y siguió hablando bellezas de la hidroxicloriquinia mucho después de que otros que también la promovían, incluido Donald Trump, dejaron de hacerlo.
El sábado pasado fue aclamado cuando les dijo a sus partidarios que la había tomado cuando estuvo infectado.
“Al día siguiente”, aseguró, “estaba curado”.
Insistió tanto en la efectividad de la hidroxicloroquina que despidió al primero de los cuatro ministros de salud que ha tenido y el segundo renunció por negarse ambos a avalar el uso de esa medicina, según le dijeron a la comisión investigadora del Senado.
La Organización Mundial de la Salud dejó de ensayar esa medicina en junio del 2020, diciendo que nada indicaba que ayudaba a reducir las muertes de pacientes hospitalizados.
El mismo mes, la Administración de Alimentos y Medicinas de Estados Unidos revocó la autorización de emergencia de la droga ante la creciente evidencia de que no era efectiva y podía tener reacciones serias.
De todos modos, la noción de que medicinas como la hidroxicloroquina funcionan contra el COVID-19 es una de las principales cosas que la agencia verificadora de datos Aos Fatos ha tenido que desmentir constantemente a lo largo del último año, según su director ejecutivo Tai Nalon.
“Eso no cambió, básicamente porque los médicos y demás autoridades que promueven esta desinformación no tienen que rendir cuentas a nadie y el gobierno las apoya”, expresó Nalon.
De hecho, las audiencias del Senado, que comenzaron en abril, se convirtieron en escenario de testimonios contradictorios de médicos a favor y en contra de la hidroxicloroquinia, generando lo que algunos expertos temen sea una falsa sensación de que la efectividad de la droga sigue siendo analizada por la comunidad científica internacional.
Un funcionario del ministerio de salud que es pediatra declaró en el Senado que hay abundante evidencia anecdótica de su efectividad y que el ministerio solo ofreció orientaciones respecto a su uso, sin recomendarlo.
Verificadores de dato pegaron el grito en el cielo, afirmando que los propios archivos del ministerio revelan que distribuyó millones de esas píldoras para usar como antídoto para el COVID-19.
También prestó declaración una oncóloga e inmunóloga que es una de las principales promotoras de la droga —y que se dice es una asesora informal del presidente—, y cuestionó la demonización de una medicina que según ella salva vidas. Verificadores de datos demostraron que estaba errada cuando decía que en México se la seguía prescribiendo para el COVID-19.
La droga, no obstante, sigue siendo elogiada en las redes sociales, incluidas Facebook y WhatsApp. Y también circula otra desinformación.
El 20 de junio Bolsonaro dijo a periodistas que el total de muertos por el COVID-19 era la mita de la cifra oficial. Lo atribuyó a un centro nacional que lleva la cuenta de los decesos, el cual negó haber producido ese documento.
El presidente se retractó, pero insiste en su afirmación de que ha muerto la mitad de la gente que menciona la cuenta oficial.
Epidemiólogos de la Universidad de Sao Paulo dicen que la cifra real de muertos se acerca más a los 600.000 y que podría llegar a los 800.000.
Pedro Hallal, un epidemiólogo que dirige el principal programa nacional de pruebas del COVID-19, calcula que se pudo haber evitado al menos 95.000 muertes si el gobierno no hubiese ignorado ofrecimientos para comprar las vacunas de Pfizer y de un instituto de Sao Paulo que está embotellando una vacuna china.
Lejos de expresar congoja por las 500.000 muertes, el gobierno de Bolsonaro destaca que se han aplicado 84 millones de dosis de la vacuna contra el virus. La mayoría son la primera de dos dosis. Solo el 11% de la población de Brasil está totalmente inmunizada.
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La comisión del Senado nombrará al menos diez personas como blancos formales de su investigación la semana que viene, según dijeron algunos de sus miembros a la Associated Press a condición de no ser identificados. No se descarta que sean imputadas. La lista incluye el pediatra y oncólogo que prestó declaración, al actual ministro de salud y a su predecesor.
Bolsonaro, por su parte, dice que la investigación constituye una persecución.
La semana pasada, la microbióloga Natalia Pasternak, presidenta del Instituto Questão de Ciência, una organización sin fines de lucro que promueve el uso de evidencia científica en las políticas del gobierno, criticó ante la comisión la “negación” de la realidad. Lamentó que se siga propagando el mito de la hidroxicloroquina.
“En el triste caso de Brasil, se trata de una mentira orquestada por el gobierno federal y el ministerio de salud”, sostuvo. “Y esa mentira mata” gente.